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¿Qué hace un (in) feliz año nuevo?

  • Foto del escritor: Marcos
    Marcos
  • 31 dic 2019
  • 5 Min. de lectura

¡Vaya! ¡Cuánto ha pasado el tiempo! Una frase que me repito al despertar hacer un recorrido de logros, fracasos y amoríos en mi mente, que revuelven ese viejo frasco de experiencias y que me hacen dudar si será necesario comprar uno nuevo o renovarlo.

Sea cual sea el caso, en estas épocas de festividades decembrinas, momento obligado para renovar nuestra suscripción a este mundo con bebidas, comida y regalos; y además, un viaje gratuito alrededor del sol con una sesión de terapia familiar que comúnmente en las familias mexicanas suele converger con problemas económicos, diferentes tipos de violencia, preocupaciones, dificultades en la convivencia, aburrimiento, trastornos del estado de ánimo, presiones sociales, etc.

Basta con entrar algunos minutos a cualquier red social para vislumbrar los memes pesimistas-realistas que revelan el imaginario social que califica la reunión como aburrida, obligada, conflictiva (sí, como los memes de los tipos peleándose por los terrenos de la abuela) y que a su vez contrasta con una época en la cuál uno esperaría regalos casi de lujo, mesas llenas de comida y alegría eterna.


¿Por qué algunas personas les cuesta disfrutar de estas épocas?

No sé exactamente por dónde empezar, porque no hay un punto de inicio y otro de fin. Es en la convivencia donde se tejen aquellas presiones sociales por llevar el mejor regalo (o llevar regalos, si quiera), qué clase de comida se ajusta al presupuesto familiar y que sea parte de la época, las deudas pendientes de meses anteriores, la idea de que "tenemos" que darles ilusiones a niños sobre obsequios (en vez de realidades); todo esto que choca con la cena navideña o de año nuevo, donde nuestros familiares (o nosotros) pelean por los terrenos de la abuela, por saber quién es mejor que otro, por lo mucho o poco dinero que se gasta o, incluso, por viejos malentendidos que años tienen ya.

Y entonces, desde lo más profundo de nosotros, entre toda esa gran bola de exigencias, surge una voz que nos dicta lo poco que somos, lo mucho que hemos fracaso, lo poco que podemos dar, el nulo cariño que nos brindan, lo mal que está el mundo o lo difícil que son las personas: zona próxima para exiliarnos de toda la oportunidad de disfrutar; y entonces, comenzamos a exigir así como sentimos que nos exigen, a mandar como nos mandamos o juzgar como nos juzgamos.


Hay quienes dicen que tenemos momentos de mal humor, pero no nos dicen cómo es que brotan esos momentos, cómo se componen o cómo dejamos de tenerlos. Parece ser que la dolencia emocional surge de la nada y se queda como nada, aunque aquello nos coma por dentro: nos mastique, trague y defeque; y se mantenga con nosotros hasta que sea nuevamente la hora de renovar la suscripción y recibamos el año como el inicio de un nuevo ciclo que desgasta.

Y así como sucede en navidad, esta voz puede surgir en los cumpleaños, a mitad de la noche, después de haber conocido al amor de tu vida, al final de nuestra vida, mientras estamos teniendo un excelente día o incluso puede estar constantemente en la vida.


¿Cómo nace esa voz?

Qué más quisiera que hubiera una fuerza dentro de nosotros, algo así como un ser extraño que se domina por sí sólo y que de paso nos domina a nosotros, qué mejor que escuchar a nuestro psicólogo decir que eso es porque dentro de nosotros hay una situación a través del tiempo que no hemos concluido, pero no importa qué tanto grites, qué tanto llores, sigue ahí.

Encontramos desde novelas y cuentos hasta libros académicos que tratan de darle explicación a esto, y aunque todos dan una postura a su conveniencia, la mayoría de nosotros vivimos con una dosis de dolor emocional y amargo de vida.

La televisión de los años 80's y 90's nos vendieron la idea de la eterna felicidad a través del consumo, de metas muy altas y libertades inmediatas que descuidan un proyecto a mediano y largo plazo, la sociedad, los recursos naturales y económicos.

Es obvio que sentimos y eso incluye al dolor, es innato al ser humano, pero aún así, podemos ser felices de maneras más realistas.

En algún punto de la historia de la humanidad, Karen Horney habló sobre la tiranía de los deberías, un conjunto de mandatos inamovibles que convierten nuestra existencia en un sin fin de aventuras imposibles de concretar y que además convierten la falla como la peor catástrofe de la vida, probándonos con ansiedad, enojo y culpa.

Basta con mirar a un padre de familia al final de la quincena, sentado en su escritorio rumiando la ideas irracionales de "debería darles lo mejor a mis hijos", "debería ganar más dinero", "debí haber estudiado otra cosa". Madres que empuñan la raza mexicana con refranes que moldean la identidad familiar como "la cruz que me tocó cargar (esto me lo gano por casarme)", "las mujeres deben hacerse cargo de las tareas domésticas", "las mujeres deben callar". En la universidad o escuela: "debería ser mejor en lo que hago""no debo de opinar o se burlarán de mi"; o quizá frases como "mis amigos tienen un mejor trabajo que yo, debería ser como ellos, por eso soy un fracaso. "Debí ser más tolerante", "debí no pelear por los terrenos", "ellos deberían de ser justos", "deberían de saber qué es lo que pienso", "no debería hablarme así", "debería ser más hombre", "más femenina", etc. Y así podemos continuar con un sinfín de obligaciones mentales para cada ocasión, momento, relación familiar, o lo que sea que se les ocurra.

La esperanza es que cada uno de nosotros tenemos (en la medida de lo posible) el poder de cambiar nuestros pensamientos y la calidad de vida emocional que llevamos, sólo basta cuestionar esas ideas que nos atacan en segunda persona.

La próxima vez que encuentres a esa voz interna criticándote sobre porqué no tienes un mejor trabajo, respóndele con preguntas y reafirma tus preferencias y gustos ¿por qué debería hacerte caso? ¿realmente debería ser mejor o "me gustaría ser mejor"? ¿cómo deduces que seré mejor persona si elijo otro trabajo? ¿qué es un fracasado? ¿mi sexo delimita las actividades que quiero realizar? ¿y si no tuvieras toda la razón?. Usted puede evitar amargarse la vida.

Mi recomendación para navidad o cualquier festividad, es que hagamos a un lado a esa voz, seguramente no se irá en un solo día, pero sí podemos dejarla para otro momento. Cuestionemos los deberías que nos abordan en la cena, valoremos lo que hay, lo que damos y las razones por las cuáles las damos. Evitemos confrontaciones y preparemos juegos de mesa, dinámicas o incluso uno que otro chiste pre-ensayado para romper algún silencio incómodo. Lo importante es la convivencia, el cambio de la realidad amarga, por la convivencia amable y tolerante. El compartir y no dejarnos presionar por lo que la gente considera que debería ser bueno.

A todos nos cuesta llegar a estas fiestas y tomarlas como son: un viaje alrededor del sol y un año nuevo de experiencias por ser recordadas, tomémoslo con calma. Felices fiestas, así como salgan, sin presiones pero con mucho amor. Ese no cuesta nada.


 
 
 

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